Estatuas que hablan: Francisco de Quevedo
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Yo creo que me colocaron demasiado cerca de la que fuera mi prisión durante casi cuatro años, pero aquí, al menos, me da el sol. No lo veía cuando estuve encarcelado en San Marcos, donde malviví hasta 1643. Entonces solo me quedaban dos años más para despedirme de una vida que había comenzado casi 65 antes.
Aquí en este parque de León que lleva mi nombre estoy desde 1980, cuando Juan Morano era alcalde de la ciudad. Me modeló el escultor Ángel Muñiz Alique y me inauguraron al poco de que se cumpliera el cuarto centenario de mi nacimiento, que fue el 14 de septiembre de 1580.
Quién me iba a decir a mí que terminaría así la vida, yo que nací en una familia de hidalgos y que mis padres ocupaban cargos importantes en la Corte, lo que me permitió tener buenos contactos en aquel ambiente. De mi infancia no tengo una gran recuerdo. Nací con problemas en los pies y con miopía y mis compañeros veían en esas deficiencias un motivo de burla. Mi padre murió cuando yo solo tenía seis años y mi hermano Pedro falleció cinco años después. Supongo que todo aquello me hizo buscar un refugio que encontré en la lectura y en la escritura.
Estudié primero en Alcalá de Henares y luego en la Universidad de Valladolid, donde me hice más conocido. Os habrán hablado de mí como uno de los grandes representantes del Siglo de Oro. Escribí mucho, me encantaba la poesía. Bueno, no toda. La de Góngora no me gustaba nada. Ya sabéis, el de la nariz superlativa… También escribí otros textos y teatro y prosa. Yo creo que uno de los libros de los que más se ha hablado de mí es La vida del Buscón, de 1603.
Pero no solo anduve metido en la literatura sino también en política y eso me granjeó algunos problemas. Estuve una temporada desterrado en mi posesión de Torre de Juan Abad, en Ciudad Real porque me acusaron de participar en la conjuración de Venecia. Luego recuperé la confianza real, sobre todo del conde-duque de Olivares, que se convirtió en mi protector. Hasta me casé con una viuda que veía con buenos ojos su esposa. Pero nada, la cosa se torció y perdí su confianza porque pensaba que andaba intrigando junto a los franceses, así que en 1639 me detuvieron en Madrid y me enviaron a San Marcos preso. Allí viví en una minúscula celda hasta 1643. Conviví con el frío leonés y la enfermedad. Y salí hecho una piltrafa. Me han dicho que ahora la gente paga por alojarse ahí y que están calentitos y confortables. Qué cosas.